Vivían o convivían en una casa alquilada, pues ambos eran del interior del país, era un motivo de compartir todo para sobrevivir mejor..
El profesor los frecuentaba y una tarde Juan regresó de clases y en el extraño silencio los encontró en la habitación en sicalipicos movimientos, en espasmos de pasión. Se quedó mirándoles absorto por unos segundos, si no fueron minutos, como un grandísimo terremoto, pero ellos ni se inmutaron. Eso era su peor dolor. Se fue al auto de la cochera y de un tiro se fue de esta vida. Sin ceremonia, sin pasaporte, sin aviso.
Ellos se sacudieron de la vida, cenaron y ante la ausencia de Juan, Alberto y Oliva
partieron por los dos meses de vacaciones del profesor, que la felicidad les obligó ampliar y con argumentos justificar un mes más. Y quedó el año sabático para realizar una investigación que luego seria un libro.
Al salir de la casa treparon al auto de Alberto que esperaba en la puerta. Sólo al salir notaron la puerta abierta de la cochera y sin ver adentro con el control remoto del carro lo cerraron. El maltratado portón levadizo rechinó y quedó mudo.
No llegarían a la casa olvidada, ni sobres, avisos, volantes y todo tipo de publicidad. Recibos del agua y luz, sobres de navidad por la familia de Juan -después de muchas navidades- y de Oliva. La dirección estaba mal emitida por el municipio... La dirección estaba olvidada.
La nota que dejaron al salir de la casa nadie la leyó, solo el alma de Juan, tiempo después que salió a recorrer sus pasos andados...
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Enviado desde mi BlackBerry de Claro.
Foto adoptada: D.R Internet
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